De mis días de mormón

Si me preguntan por ella mentiré, diré que no la recuerdo por el golpe en la cabeza, que todo lo que se de ella es por pláticas que hacen mis amigos de esa época en la que "si eras feliz".

Ella es Claudia Bravo, una personita que vino y que en tan sólo 5 minutos puso mi mundo de cabeza; Es una niña astuta y con unos ojos demasiado expresivos, hiper activa y preguntona, si veías con atención sus ojos podías darte cuenta de que todo tenía para ella una extraña sensación de novedad, tierna y tímida, muy femenina, así es Claudia Bravo.

Claudia tiene esa extraña habilidad de sacar lo mejor de mi (es extraño pero ella me "obligaba" a ser una mejor persona), fui más católico cuando estuve con ella (ella es mormona) no veíamos la religión como un problema infranqueable, sino como un problema que tarde o temprano podríamos resolver (decía que podríamos vivir mormones para siempre); me enseñó a ser paciente y a entender que algún día quiero ser papá.

Me enseñó lo sencillo que es ser feliz, que las cosas simples pueden convertirse en un instante en cosas extraordinarias, que no basta en ser fiel sino que es necesario poder probarlo en todo momento y todo lugar (una duda pesa más que una razón), que es mejor un enojo por que una mujer te habló que mentir y tronar la confianza.

Claudia me era complementaria, tenía una visión opuesta a la mía, pero siempre lograba equilibrar las cosas de una forma tal que esas diferencias no fueran problema sino puntos de vista de los que podíamos aprender, antes de ser pareja era amiga, celosa incansable pero al mismo tiempo segura de si misma.

De ella aprendí mucho pero creo que nunca se lo agradecí, siempre me dejo ser yo mismo y debo admitir llegue a creer que el cuento podía tener un final feliz